Por qu cambi de opinin
La editorial Godot convoc adistintos profesionales de diversos mbitos –Nicols Artusi, Fernando Ducls, Federico Kukso, Brd Borch Michalsen, Agostina Mileo, Mara Moreno, Hinde Pomeraniec, entre otros-,para que escriban acerca de ideas que tenan sobre diversos temas y por qu terminaron cambiando de opinin.
Lo ms interesante del libro es que a lo largo de los captulos cada uno destaca la importancia y el valor que tiene reconocer que lo que uno pensaba era errneo.
A continuacin, un fragmento del captulo «La curiosidad y el asombro son ms importantes que el conocimiento» de Federico Kukso
Las especies animales —y de plantas y de hongos— no son las nicas que desfilan por el abismo de la extincin.Hay programas televisivos que, de un momento a otro, de una dcada a la siguiente, pasan de absorber la totalidad de las miradas y las conversaciones a hundirse en el olvido. Quizs ahora pocos memoriosos lo recuerden, pero durante gran parte de la historia de la televisin el show de preguntas y respuestas —quiz shows— fueron los reyes. Con un formato simpln y sin necesidad de escenografas monstruosas o de un ejrcito de artistas de efectos especiales, dominaban las grillas de programacin. Y no solo por los niveles de rating sino en especial por el prestigio efmero que estas competencias intelectuales le aportaban a lo que se conoci durante aos como la «caja boba».
A diferencia de otros reality shows donde los competidores destacaban por sus habilidades fsicas, en este gnero los concursantes se batan a duelo al demostrar, sacar a relucir, en fin, pavonear sus profundos conocimientos de lo que fuera: historia, poltica, msica, cine, mitologa, egiptologa, fsica, paleontologa. Si les preguntaban, ellos y ellas —alguien— lo saban. Y al responder, luego de minutos tortuosos donde jugaban con los nervios y las arterias coronarias de familiares y televidentes y pareca paralizarse el planeta, se elevaban sobre el resto de los mortales.Demostraban, como semidioses, haber sido dotados por el don ms que humano, sobrenatural, que los emparentaba con aquella figura antigua y santificada de «el sabio».
En la radio y tv estadounidenses —donde no escaparon a los escndalos, como record Robert Redford en su pelculaQuiz Show (1994)—, hubo varios: Dr. I.Q., Twenty-One, The $64,000 Question, el eterno Jeopardy Who Wants to Be a Millionaire?En Argentina,Odol preguntadomin desde 1956 por casi veinte aos, con presentadores como Cacho Fontana, Nicols Mancera, Silvio Soldn y Blackie.
Mi generacin fue la del «Yo s» Feliz domingo, primero, y la de Tiempo de Siembra, despus. Eran distintos pero iguales.En ambos, un presentador —Soldn en uno, Pancho Ibez en el otro— acribillaba con preguntas a un concursante que, desafiante, erguido y a la espera como un condenado a muerte ante un paredn de fusilamiento, deba hurgar en las cavernas de su memoria para responder correctamente y hacerse acreedor de un pasaje a la eternidad: adems del derecho a la fama, la posibilidad de irse de viaje de egresados a Bariloche y de una importante suma de dinero aportada por una AFJP que buscaba limpiar su imagen delictiva.
Aunque atrapantes, estos programas nunca incitaron en m un inters fervoroso por participar, el deseo de exponerse en ese tribunal, ante esa Inquisicin televisiva y las miradas fisgonas de millones de desconocidos. Lo que s hacan era provocar un efecto ms profundo, sutil.
Cada fin de semana por la noche —mientras en otros canales se cortaban y pesaban manzanas y hombres de bceps exagerados se enfrentaban en clsicas pulseadas—, me inoculaban una idea, reforzaban un mandato moderno:«Para ser alguien, hay que saber». Para ser respetado, adulado, para triunfar y sobresalir, el camino era la gula: devorar sin masticar enciclopedias, diarios y revistas, libros de historia y de ciencia, absorber como esponja tratados filosficos.
No estaba muy lejos del principio rector del sistema educativo argentino que se actualizaba como una tortura en cada prueba y evaluacin de primaria, secundaria y universidad al parecer desde el principio de los tiempos: primero leer compulsivamente, subrayar a rabiar, resumir al extremo a lo largo de das para luego vomitarlo todo en menos de una hora en un papel y aguardar la sentencia enforma de un «aprobado» o «reprobado», de un «10» o un «1», la gloria o la vergenza del infierno.
Hasta que algo pas. A la par del apocalipsis tecnolgico fallido —el Y2K—, de la llegada del mtico 2001—el horizonte lmite de la ciencia ficcin que termin por explotarlos en la cara con una nueva desilusin en la historia argentina—y de la emergencia de Internet como un nuevo medio ambiente, aquella conviccin gnoseolgica que rega hasta entonces mi vida entr en crisis.No creo que haya sido casualidad que a medida que dos modos de ser y de estar —las vidas online offline— se fusionaban hasta volverse inseparables, indistinguibles, y el conocimiento se democratizaba como nunca en aquel nuevo universo digital que se abra como un Paraso de datos ante nosotros, el conjuro de estos programas de preguntas y respuestas fue perdiendo su poder.
Desde ya, no se esfumaron del todo. Siguen existiendo, pero hoy se ubican en los mrgenes, desprovistos del impacto cultural y social que supieron ostentar dcadas atrs. No paralizan pases enteros ni consagran a sus concursantes como deidades menores, figuras a las que admirar e imitar.
Fueron desplazados por otros formatos, por nuevos valores socialmente admirados como el talento decantar o el de mostrarse ms real que lo real en show que naturalizan y legitimaron la videovigilancia y la muerte de la privacidad.En una poca en la que uno puede acceder a la suma del conocimiento humano a travs de un pequeo monolito negro y porttil que cabe en la profunda y catica oscuridad de un bolsillo, aquella extensin no declarada, hijo no reconocido de nuestro cuerpo que consultamos antes de irnos a dormir y que acariciamos apenas nos despertamos,saber ya no es poder. No abre puertas, ni garantiza el xito o la fama. Ni siquiera erotiza.Hemos delegado aquella funcin acumulativa en nuestros cerebros externos, a los que podemos consultar una y otra vez sin que se quejen cuando se nos escapa el nombre de tal o cual actriz o de jugador de ftbol despus de pronunciar cuatro palabras consoladoras: «Esper que lo googleo».
Muchas instituciones an no se han dado cuenta del alcance del terremoto provocado por aquella criatura planetaria que veneramos e invocamos al susurrar su nombre: «Internet». No se han adaptado a las nuevas realidades que impuso a la fuerza.
Mi generacin se enorgullece de decir que fue la ltima que conoci un mundo sin celulares, sin mails, sin estar veinticuatro horas disponibles y conectados, sin likes, sin ser constantemente vomitados y cacheteados por el odio de aquellas trampas psquicas que llamamos «redes sociales» por ser marionetas en un Samba de distraccin permanente.
No es algo bueno ni malo.No nos hace mejores ni peores en un mundo nuevo, distinto, que ha sido reconfigurado psicolgica y emocionalmente.Y en el que imperan nuevas fuerzas que han de ser cultivadas, fomentadas ms all del saber por saber, de la acumulacin, la gula informativa.
Una de ellas, quizs la ms fundamental para nuestra futura supervivencia en un planeta enfermo, es la curiosidad.Solemos pensar que siempre estuvo ah, como un brazo o una pierna. Que anida en los intersticios de nuestro confuso genoma, aquel manual de instrucciones interior que hermana a la persona ms buena con el peor criminal de la especie.
Pero a esta fuerza, este motor, no siempre se la acept: durante siglos fue considerada un vicio, una desviacin pecaminosa, pervertida y arrogante que nos alejaba del nico deber digno: la contemplacin de dios.Para figuras siniestras como san Agustn en el siglo v,la curiosidad despertaba el deseo y el deseo daba origen al pecado. «La curiosidad es la lujuria de la mente», escribi tiempo despus Thomas Hobbes. El infierno tena reservaciones para los curiosos.
Como recuerdan autores como Barbara M. Benedict(Curiosity: A Cultural History of Early Modern Inquiry), Philip Ball(Curiosity: How Science Became Interested In Everything)y Alberto Manguel enUna historia natural de la curiosidad,este rasgo, esta facultad fue considerada a lo largo de la historia de la cultura occidental como una forma desagradable de transgresin o ambicin.Recin en el siglo xvii—ayer noms— las mentes curiosas dejaran de ser demonizadas. Aunque no del todo.
En la actualidad, en un mundo en el que el tsunami de informacin nos aturde y en el que nuestros dispositivos nos hunden en la apata, el espritu de indagacin nos libera. Ser curioso es resistir.En el siglo xxi, una vida, una educacin basadas nicamente en la absorcin de conocimientos son absurdas. Le dan la espalda a la realidad. En muchos casos, la renuencia por abandonar este modelo pedaggico se explica a partir de la supervivencia de un miedo:aquellos fantasmas que condenaban el espritu curioso —por saber qu hay ms all y ms ac en nuestros cuerpos— se niegan a desaparecer.
Es entendible: la curiosidad es un atributo cognitivo revolucionario; para ciertos sectores, peligroso. Implica no slo levantar la cabeza y preguntarse: «Es esto todo? Hay algo ms all afuera?».Nos empuja a cuestionar, a explorar, a ahondar, a desafiar lo que no debe ser desafiado. Se nutre de conocimiento y alimenta la imaginacin: las respuestas nos conducen a ms preguntas. La curiosidad nos lleva a atrevernos a abrir puertas que deban permanecer cerradas.
Y, en especial, nos conduce a una emocin misteriosa, compleja, trascendental que nos define como seres humanos: el asombro.Si bien ha habido filsofos y eruditos que exploraron el asombro durante siglos, este fue ignorado en gran medida por los psiclogos hasta inicios de la dcada de 2000. Ahora lo conciben como una fuerte experiencia emocional que involucra sensaciones que van de la percepcin de la inmensidad o como el sentimiento de que somos parte de algo ms grande que nosotros mismos. Aunque no importa mucho cmo lo cataloguen: el asombro emerge en tanto es vivido. Es entonces, frente a un glaciar, al pie de una montaa, a centmetros de un majestuoso animal vivo o extinto, cuando lo sentimos como una patada elctrica, como un cimbronazo personal, intransferible y hasta indefinible.
Ah, en la lucha por comprender lo vivido y sentido, cambia nuestra perspectiva y la forma en que nos relacionamos con el mundo.
En ambos casos, la curiosidad y el asombro implican una apertura mental a lo desconocido.Unmaelstrominterno que no se produce solo. Como msculos, si estas habilidades no se ejercitan desde que somos chicos, se atrofian, se descomponen al punto de olvidarnos que las tenamos.
Hoy las necesitamos ms que nunca, sea para adaptarnos a la pesadilla climtica que ya vivimos o para no sucumbir ante las mquinas. Aprovechemos: chatbots, drones, aspiradoras robticas an no han dado muestras genuinas de curiosidad o atisbos de percibir asombro alguno.Cuando eso suceda, ah s estaremos perdidos.